viernes, 24 de marzo de 2006

4 - Del croto, la puta y la vieja.-

Una cosa que nunca dejaba de sorprender al croto era lo bien puesto que estaba el ventilador de techo pues que no sólo soportaba el peso de la vieja sino que también seguía andando. Estaba medio ladeado, eso sí, y cada tanto, como la vieja se mantenía en un movimiento de péndulo constante, alguna que otra paleta golpeaba el techo y hacía saltar pedacitos de revoque y plástico.
_ Es un verdadero milagro_ dijo la puta, hermana melliza o gemela de la que estaba colgada_ ya va a hacer casi un año y la Ester sigue ahí todavía sin largar olor siquiera.
El croto era una de esas personas a quienes ni el bando ni los perfumes las afectan en absoluto. Sin embargo, le dedicó una olida al ambiente.
_ Sí_ respondió el croto.
Efectivamente, la vieja no tenía olor alguno sino perfume de jazmín. Sin embargo, aquel cuartito roñoso y de techo alto de prostíbulo colonial apestaba a flores podridas, humo de velas, raid, naftalina, humedad, y, por supuesto, al croto y a su transpiración fuerte y agria.
Había unas mujeres arrodilladas sobre unos granos de maíz y arroz. Le rezaban a la vieja. Lloraban y murmuraban cosas que el croto no llegaba a entender. Cada tanto le clavaban clavos en los pies. El perro se acercó a olerlas.
El croto conocía las facultades milagrosas de la vieja que la volvieron loca en vida y no la dejaban descansar en paz una vez muerta. La gente seguía pidiéndole cosas, exigiéndole cure gente, demandándole dañe otra. Incluso él mismo había requerido de sus servicios alguna que otra vez y los necesitaba ahora.
Se volvió hacia la puta.
_ El acróbata_ murmuró.
Entender al croto y a su dialéctica telegráfica era todo un arte y la puta lo dominaba. Al arte, me refiero. Al croto era imposible. Talvez por eso la puta lo deseaba tanto.
_ Hace tiempo que no lo veo._ dijo la puta mientras tiraba de unas tiritas de seda roja. El croto supuso que le estaría curando el empacho a alguno y enseguida le dio hambre_ Se lo llevaron preso hará cosa de tres meses. Destrozó un almacén porque no le quisieron regalar chupetines. Ya sabés lo infantil que puede llegar a ser esa bestia bruta. No sé qué habrá sido de él. Si lo soltaron debe de andar por la zona del río… por ahí debajo de algún puente, pero no creo… ya se habría pegado una vuelta por acá. Pero también era de perderse. No sé, la verdad.
El croto miró a la puta a los ojos y después le señaló a la vieja.
_ Sí…_ dijo la puta. Se guardó las tiritas en un bolsillo y abrió el cajón de una cómoda espantosa que estaba contra la pared cubierta de flores blancas, rosarios, estampitas y velas. Sacó una tasa de porcelana_ un capuchino.
El croto agarró la tasa con la mano izquierda, espantó a las lloronas a las patadas como si fuesen un par de batarazas quejonas y le dio un puñetazo a la vieja en el estómago. La vieja se dobló en dos y salió expulsada hacia atrás y hacia arriba. El ventilador se quejó y una paleta se quebró contra el techo. La vieja volvió con envión, pero el croto pudo atrajarla. Entonces comenzó a chorrear.
E croto le puso la tasa entre las piernas y la llenó hasta la mitad. Se la bebió de un trago y se la devolvió a la puta.
_ Qué dice?
La puta leyó la tasa y se volvió hacia el croto. Estaba horrorizada.
En el piso, la lloronas se afanaban por lamer las gotas de sangre que caían negras y pesadas. Estaban agradecidas.

jueves, 9 de marzo de 2006

3 - De la resolución del croto.-

El perro terminó de mascar lentamente la paloma.
Escupió algunas plumas y huesos. Se rascó desganadamente alguna que otra pulga. Dió algunas vueltas buscándose lo que le quedaba de cola, recuerdo de alguna pelea seguramente. Entonces se plantó frente al croto, como esperando alguna orden o algún comentario o algo. Quién sabe lo que esperan los perros.
El croto jugaba con la oreja. La examinaba , la retorcía y se regocijaba pensando en como debía estar sufriendo el petiso , aunque la duda le flotaba en la parte de atrás de la cabeza. Estaría disfrutando el petiso de todo esto?
_ No hay otra _ dijo mientras guardaba la oreja en algún bolsillo perdido_ Le vamos a tener que dar para adelante.
Buscó en otro bolsillo y sacó un sandwich de algo. Se puso a comer, porque el masticar lo hacía pensar mejor, por eso sólo lo hacía en ocasiones especiales.
En su mente se fue formando un plan. Encontrar el chancho no iba a ser fácil, nadie le iba a regalar nada.
_ Vamos_ le dijo al perro mientras se levantaba sin esperar a ver qué hacía el animal.
Se venía la noche y el croto no quería estar cerca de ese lugar.
Además, era hora de empezar a buscar a la gente. El petiso no se iba a quedar de brazos cruzados y él quería estar preparado.
El primero tenía que ser el trapecista.
Aurelio Gonzales. Ex estrella del Circo de los Hnos. Campino. Hombre dominado por su irrigación sanguinea. Cuando estaba en el trapecio boca abajo, y la sangre llenaba su cerebro, era capaz de una lucidez increible. Esto era lo que lo hacía tan maravilloso. Sin embargo, cuando estaba en la posición normal, se convertía en un bruto. Justo lo que el croto necesitaba para protegerse del petiso, o del chancho.
Ya lo buscaría al viejo más tarde para que lo ayudase con la oreja y poner las cosas en marcha, mientras tanto, se dirigía a la zona roja.
_ Chsst, otra vez por acá? _ dijo ella, la puta.

miércoles, 8 de marzo de 2006

2 - Del chillido del petiso.-


Bien sabido es que uno nunca se debe fiar ni de demonio petiso ni de croto ocultista, así que ahí andaban los dos engendros desconfiándose el uno del otro, prestos a ventajearse ni bien alguno reculara y mostrase la hilacha.
_ Qué querés? Para qué me llamaste?_ prepoteó el petiso y un hilito de sangre le brotó desde la comisura de los labios.
El croto era un tipo de muchos piojos pero pocas pulgas y no soportaba insolencia alguna, así que lo volteó de una patada. El petiso exhaló un uf seco y cortito. Cayó al piso, tragó canto rodado y sintió los dientes del perro en su mano. Entonces soltó la paloma.
_ Éste es mi banco_ dijo el croto y se sentó.
El petiso se puso de pie, se limpió el barro colorado de las rodillas y se acomodó el sombrerito de paja. Materializó un mate y se lo ofreció al croto. Como todo demonio paraguayo postguaraní, era tan bardero como sumiso.
El croto rechazó el mate con un no parco. Se rascó la barba.
El perro salió corriendo detrás de una jauría en celo e impuso orden. Sometió.
El petiso se cebó un mate. Chupó.
El croto dejó de rascarse. Habló.
_ Qué se sabe del chancho?_ dijo.
El petiso se atragantó y todas las palomas, gorriones, cotorras y demás ratas aladas alzaron vuelo caótico y despavorido.
El petiso tosió y escupió a los pies del croto. El croto advirtió el maleficio pero lo pasó por alto, a fin de cuentas el destino del petiso ya estaba cantado.
_ El chancho?
_ Sí, el chancho…
El croto sacó su facón de plata y empezó a frotar la hoja contra la suela de goma de su alpargata.
El petiso tragó saliva, pegó media vuelta y salió corriendo. El croto levantó una baldosa del suelo, apuntó y la tiró con fuerzas. La baldosa se partió en la cabeza del petiso.
El petiso cayó.
El croto se acercó, le agarró la oreja y se la cortó con el facón. Se la guardó en el bolsillo.
El petiso chillaba y se revolcaba.
El croto se sentó en su banco. Se agachó, juntó la vela y con los pies deshizo los garabatos de sal y cenizas. Clavó el facón en el piso y lo desenterró limpito. Lo guardo, se rasco la barba y metió la mano en el bolsillo.
_ Ahora me vas a contar todo lo que sepas sobre el chancho._ dijo y empezó a estrujar la oreja del petiso.

lunes, 20 de febrero de 2006

1 - De la invocación del petiso.-

Metió la mano dentro del tacho de basura y sacó un chupetín. Le quitó la pelusa y la yerba reseca de algún mate al paso y se lo metió en la boca. Era de coca. No le gustaba mucho pero no era un tipo muy delicado. Chupó, le pasó la lengua y por último escupió los restos de basura que habían quedado pegados. Le chifló al perro y siguió caminando por la peatonal.
Se sentó en un banco de la plaza y se sacó las alpargatas. El perro cayó en seguida con una laucha desastrosa entre los dientes.
Algunos tienen suerte, pensó el croto y siguió lamiendo su chupetín.
A sus pies, los dedos se juntaban y se separaban.
Elongaba.
Mordió el chupetín, masticó el caramelo y tiró el palito al cantero. Suspiró, estaba cansado.
Se calzó, se levantó y cruzó hasta el bar de enfrente. Pidió unos sobrecitos de sal, un pucho y fuego.
Volvió a la plaza. A su banco. Se sentó y empezó a murmurar. Se frotó los ojos, abrió los sobrecitos y desparramó la sal en el piso. Metió la mano en uno de los bolsillos y sacó un pedazo de vela mugriento y partido al medio. Prendió el cabo con el pucho, dejó que goteara un poco de cera y pegó la vela justo en el centro del dibujo. Levantó la vista hacia el perro, le señaló unas palomas y le gritó cache. Apagó el pucho al pie de la vela y garabateó algo con las cenizas. Se metió un dedo en la nariz, hurgueteó un rato y se sacó unos mocos. Duritos y pegajosos. Un tipo que pasaba alargó la mano para darle unas monedas, así que aprovechó y se limpió el dedo en la manga del saco del tipo cuando le manoteó la limosna.
El perro volvió al rato con lo que parecía una hamburguesa con plumas. Se la quitó de la boca y la exprimió sobre la vela. La llama se elevó y después se apagó. Un pachorriento humito negro comenzó a dibujar unos filosos signos de interrogación que el perro trató de tarasconear. Le devolvió la paloma y el perro se fue contento.
Se levantó y se lavó las manos en la fuente. La sangre salió. La mugre no.
Se secó con su bombacha rotosa y se volvió hacia el banco.
Ahí, sentadito, estaba el petiso. Le había robado la paloma al perro y se la estaba comiendo.
El perro lo miraba con bronca.
El petiso sonreía.
El croto se acercó.
El olor a podrido era insoportable.


Matsuo